Érase una vez un árbol, parecía un árbol igual a todos los demás, pero había algo que lo distinguía, pronto sabremos por qué. El árbol de nuestro cuento había crecido más despacio que el resto de sus compañeros, sus ramas se fueron retorciendo, se hicieron fuertes y su tronco se hizo robusto. Las hojas que cada primavera brotaban en él cuando llegaba el otoño, se vestían de cuatro colores porque los duendes las pintaban de granate, amarillo, naranja y marrón. Vivía rodeado de setas que desprendían un olor característico y, a veces, éstas se veían salpicadas por la pintura que pingaba de los pinceles de los duendes de los colores.
A nuestro árbol ya le había caído la última hoja de sus ramas…, cuando una noche de un fortísimo viento y copiosa lluvia, los animales corrieron, volaron, se arrastraron… hacia él buscando refugio. Nuestro árbol no lo pensó dos veces y, arriesgando la vida de sus ramas, acogió al mayor número de animales: ardillas, búhos, lechuzas, conejos, hasta incluso pudo salvar a algún cervatillo. Sus ramas los abrazaban y él les gritaba -agarraros, agarraros-.
El viento se calmó y la lluvia cesó. Todo el bosque hablaba de él, y la brisa de la mañana llevó el comentario al Hada del Bosque. Ésta no lo pensó dos veces y dejando una estela de purpurina plateada, voló hasta el árbol. El Hada lo rodeó con su vuelo y a medida que dejaba caer polvo mágico, las ramas se iban desenredando y los animales que entre ellas estaban iban despertando, le daban un beso al árbol, le miraban con agradecimiento o se abrazaban a él, para luego desaparecer. El Hada del Bosque, todos los otoños concedía algún premio y nuestro árbol lo tenía más que merecido, así que le dio el poder de cumplir deseos, para ello posó su varita mágica en el centro del tronco y éste se abrió en forma de dos puertecitas, colgó en él un letrero que decía -para hablar conmigo da dos golpes con el dedo índice y una palmada con las dos manos- Sólo le faltaba al Hada ponerle un nombre y nuestro árbol pasó a llamarse Duir, que significa puerta.
Durante todo el año Duir concedió muchos deseos variados, como que las ardillas volaran como abejas, que los erizos tuvieran pelo durante una semana, hasta el de un conejo que quería lucir unas orejas cortas. Llegó el otoño otra vez y el Hada del Bosque volvió a visitarle y le dijo –Duir has cumplido los deseos de animales y plantas, ¿qué te gustaría pedir a ti?-. Duir pensó y pensó con su cabeza de ramas, y dijo – este bosque está muy apartado y hay animales que me hablaron de los niños, de sus risas, de sus juegos, pues me gustaría pasar este otoño plantado en un sitio en el que haya muchos niños y niñas-. El Hada del Bosque escuchó atentamente lo que Duir le decía, -de acuerdo, harás un viaje y no te enterarás-. Lo hizo girar y girar….. y de pronto se vio más pequeño pero igual de mágico en la entrada de una Escuela Infantil. Alargó su tronco y leyó Globos, pensó -a lo mejor me adornan con ellos, seguro que los niños están a punto de llegar, pondré mis ramas y mis hojas de colores en orden para recibirlos, seguro que los sorprenderé-.
Así es como Duir, el árbol mágico llegó a Globos, ¿qué aventuras le esperarán?....
(Texto con copyright del Centro Infantil Globos)
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