¡Oh!
¿Qué estará haciendo el hada Colorín subida al armario? Sólo se veían los pies,
la varita que se movía continuamente y la corona, por eso supimos que era ella.
-Ssshhh- nos dijo sin asomarse,- es un secreto, no le digáis a nadie que estoy
aquí- ¡Qué intrigados nos tenía ¡ ¿Qué estaría haciendo en su escondrijo? Todos
los días que pasábamos para ir a la siesta oíamos un ruido muy peculiar, pero
como prometimos guardar el secreto, no le preguntamos a nadie que estaba
haciendo. Al cabo de tres días, cuando
íbamos para el comedor, miramos hacia arriba como siempre y vimos como algo colgaba,
era un trozo alargado de algodón azul, y
al cuarto llegaba ya a nuestra altura. Tenía un hilo colgando, y la más
arriesgada tiró de él, todo aquel algodón cayó encima de nosotros, nos cubrió
por completo, y nos quedamos muy calladitos, ¡qué calentitos estábamos! Las
educadoras gritaron al unísono pero… - ¿dónde están los niños y las niñas?- De
repente repararon en el algodón y gritaron al unísono pero -¿Quién tejió esta
bufanda?- La estiraron por el pasillo y fuimos saliendo todos, como si de
cabritillos se tratase saliendo de la barriga del lobo, pero un lobo muy cálido.
Nosotros creímos que era para un gigante, o un ogro muy grande, pero no, había
una nota que colgaba de uno de los extremos. Tamar la abrió y polvos mágicos se
esparcieron por el aire. Todos gritamos al unísono: “el Hada Colorín”. El papel
decía: “Para Noray, una bufanda azul, ¡qué el frío del
invierno pronto va a llegar!”.
Marina
organizó una ceremonia de imposición de bufanda y cada grupo, incluidos los
bebés, le daba una vuelta a la bufanda alrededor de la chimenea de Noray. Éste
agradecido, hizo sonar su bocina y una compañera dijo –pataguas, un pataguas-
Marina se marchó muy deprisa y volvió con un paraguas de muchos colores y lo
posó encima de Noray. Todos aplaudimos, de lo contento que se puso y antes de
irnos, le dimos un beso para que quedara
calentito con nuestros mimos.
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