Duir había despertado a la
primavera, una primavera variable, inestable, vestida de lluvia. El sol apenas asomaba sus rayos, hasta el astro rey parecía
que tenía miedo a mojarse.
A Duir poco a poco le habían brotado las
primeras hojas, de diferentes tonalidades de verde, aún faltaban muchas por
aparecer, pero él sabía que pronto nacerían más. En estos pensamientos estaba
cuando algo le hizo cosquillas en su hueco mágico y oyó unas risitas que provenían
de él. Inclinó su incipiente follaje hacia su hueco y preguntó -¿quién me ha
venido a visitar?-. Las risas cesaron y se oyó una voz aguda que dijo – Hola,
soy la Zanahoria Lola- y una voz grave que dijo – yo soy el Fresón Ramón-, y
con una armonía perfecta dijeron a la vez
–venimos en misión especial- Duir, desde que se convirtiera en árbol mágico ya
no se asombraba de nada de lo que aparecía en su tronco, y les preguntó – y,
¿de dónde venís? – Yo soy una zanahoria de un huerto rural de San Blas-
contestó la Zanahoria Lola. – Y yo un Fresón de un huerto urbano de Marín. Duir, siguió preguntando –y ¿cuál es vuestra
misión? –Shhhh, dijeron los dos a la vez- no podemos decírtela, es un secreto-.
Duir insistió, pero nada de nada. –Bueno-contestó el Fresón Ramón-sólo te diremos
la contraseña, y en bajito le dijeron “del huerto a la mesa” –y ahora- dijo la
Zanahoria Lola-esperaremos quietecitos a que nos vengan a buscar. Duir pensó –esto
se presenta muy misterioso y divertido-, y se incorporó, acomodó su follaje y
repitió en bajo –Zanahoria Lola y Fresón Ramón-.
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